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Título: Saludos de cumpleaños - Autor: Sorprendido

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Mensaje  Admin Miér Abr 07, 2010 12:01 pm

Me dijo por favor venir a las cinco. En tono suave, tierno y magnético me lo imploró.
Llovía y yo tenía de todo. Al fin juntos. Tres rosas iban a delinear esa noche. Ella estaba de
cumpleaños y quería darle una sorpresa. Igual que el gato de doña Emilia me colé en el
edificio y subí al segundo piso. Al entrar ya Barry White inundaba su departamento. Sabía
que era romántica y le encantaban los claroscuros insinuantes de peligro. Al tanto de sus
gustos, me había casi bañado en “Nivea for Men” y bronceado hasta el último rincón
privado.
La busqué en la cocina, el comedor, el dormitorio, el baño, el ayer. En vano. Perplejo me
acomodé en nuestro sofá rojo burdeos. Una corriente fría hizo que volteara la cabeza a la
terraza. Noche estrellada, ondas tibias. Ahí estaba entonces. A pasito lento me acerqué.
Mejor dicho el hechizo de su “Emerald Fashion” me condujo en andas hacia ella.
Desnuda de la cintura para arriba, tenía cruzadas las piernas por detrás de la espalda de un
señor de edad al parecer. Me acerqué. Ni por aludido se dio él; siguió como si nada. Por
unos instantes pensé en mi padre. En primer lugar, por ser de idéntica complexión. En
segundo, algo en su actitud delataba familiaridad, decía no te inquietes, hijo, yo actúo en tu
nombre, no te la quito. Extasiado por tal concurrencia de factores, a cuál más absurdo y
tentador, tarde caí en la cuenta de que TODA UNA BIEN NUTRIDA GAMA DE SERES,
de algún modo enigmático relacionados a fases mías en un tiempo, digamos teórico, se
desplegaban en elegante abanico.
Volteados hacia mí me daban la bienvenida. Uno de ellos hasta tuvo la gentileza de
detenerse en mi versión actual.
Sin inmutarse ella me saludó tirándome un sonoro beso. Avanzando las caderas hasta casi
incrustarlas en la pelvis de uno de mis sucedáneos, al mando de cadencias picantes,
hambrientas de espirales, de medio a medio delegó su ser al desvarío de cuerpo y alma,
entornando los ojos, de pechos lamidos y pezones rígidos. A pasos míos, una locuaz e
intolerante ensalada de mordiscos, suspiros tiernos, órdenes obscenas, peticiones de
inmortalidad. Tras el descenso, ella me indicó poner las rosas en su jarrón favorito junto a
las otras tres previo a lanzarme el beso de despedida. ¿Quejarme yo? No. Injusto. Total,
ellos eran yo, yo era ellos, y ella, como siempre, de cualquier tiempo, excepto del actual.

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