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Título: Una profesional - Autor: Francis

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Mensaje  Admin Miér Abr 07, 2010 9:59 am

Se abraza a mí con auténtica y sorprendente pasión. A veces lo hace de una
forma tan visceral y desbocada que llega a desconcertarme, aunque yo no dejo de
suspirar, ayear y retorcerme bajo la indudable pericia de sus manos. Ya había
visitado otras profesionales, pero esta es una artesana...
Siempre he lamentado que nuestras citas no pudieran producirse más que cada
cuatro o cinco meses. Durante la larga espera me mantengo célibe desdeñando
cualquier tipo de relación; todas se me antojan miserables comparadas con la
excitante ambigüedad de nuestros encuentros. A menudo protagoniza también mis
sueños, y lo hace rodeada de un extraño halo de pureza. Aparece en ellos
abriéndose paso entre la niebla, corriendo a cámara lenta, vestida solo por unas
sencillas bragas blancas que ciñen, a duras penas, el culo gordo, muy gordo que
flanea sospechosamente, como profecía de unas carnes que comienzan a
languidecer.
Ahora, mientras espero, alimento mi fantasía con los recuerdos del último
encuentro que ya se apelotonan vívidos en mi memoria:
Después de concertar, por fin, nuestra cita, me presenté en su domicilio
acompañado de la tarjeta de crédito. Me recibió blanca, tan aséptica como había
sido soñada y enseguida me obligó a tumbarme en ese extraño sillón, capaz de
hacerme adoptar las más audaces posturas. Después me acercó una lámpara
amenazante de brazos mecánicos que recordaba a ese alienígena de una película de
mi adolescencia. Con el tiempo desarrollé la sospecha de que tras aquella fuente de
luz se ocultaban cuatro filas de dientes metálicos babeantes que me acechaban
dispuestos a engullirme sin remedio.
.- Esto no va a ser fácil - Afirmó con tono y gesto preocupado.
A mí, que ya presentía su proximidad física y la lucha que se avecinaba, se me
alborotaba el corazón como si yo fuera una doncella a punto de dejar de serlo. La
observé mientras blandía la jeringuilla que tanto dolor me producía, y sentí que la
amaba. Ya se sabe: nada une tanto como el dolor.
Me escudriñó con ojos curiosos y después empezó a manejar con pericia de
orfebre tornos, pinzas, tenazas y algodones en mi interior, con mimo, como si
estuviera construyendo un barquito de vela dentro de una botella. A veces se
acercaba tanto que sentía su aliento cálido sobre mi rostro, acompañado del leve
aroma a piel limpia, a piel que pide ser acariciada. Con la cara tan próxima temí
que aquellos ojos purísimos descubrieran en los míos la pasión que me abrasaba,
así que preferí cerrarlos y dejarme hacer.

Después llegó el momemnto en el que empiezo a hacerme preguntas: ¿Y si, de
repente, se abriera con furia la bata y me mostrara los pechos que yo imagino
pálidos, surcados de venas azules con los pezones color miel? ¿Y si este circense
sillón continuara inclinándose hasta que mi lengua hendiera la vulva que adivino
apenas sombreada, recortadita como un bonsái? ¿Y si entonces ella se inclinara
también para que su boca permitiera dócil el trabajo de mi torno puliendo sus
adorables carrillos...?
Aquella zozobra que me obligaba a mantener los ojos cerrados se había
trasladado de lugar y ya notaba que algo crecía, tozudo, dentro de mi bragueta.
.- La pieza da problemas - Lamentó ella, sacándome momentáneamente de mi
ensueño. Así que buscó otra postura al tiempo que apoyaba el pecho robusto en mi
hombro y el codo inocente iba y venía, iba y venía, iba y venía, y me rozaba
fugazmente en la ingle. Sabía que me acercaba al final deseado y acaso inevitable,
y como no podía ser de otra manera un maravilloso latigazo recorrió mi cuerpo...
.- Hemos terminado. ¿Le ha dolido?
No contesté. La miré agradecido.
Detrás se oía la voz desganada de una enfermera que anunciaba el turno
inminente de otro enfermo.
Cuando me levanto del sillón, siempre me encuentro un poco desconcertado,
porque espero de ella alguna frase que corrobore nuestra fugaz intimidad, algo
como: Gracias. Te has portado muy bien.
Pero ella ya está entretenida limpiando, o tal vez afilando, y se limitó a un frío
aunque esperanzador:
.- Hasta otro día.
Regresé a casa acuciado por el deseo de ver el empaste resultado de tantos
esfuerzos, pero éste ya se había convertido en un tatuaje. De la misma manera que
otros adornan su piel con un nombre o un dibujo, cada empaste significa para mí
un momento más de intimidad, de placer imposible de alcanzar de otra manera,
allí han estado sus manos gráciles que me dejan el recuerdo de nuestra pasión
desigual y mercenaria, otro corazón atravesado por una flecha por el que yo paso
mi lengua acariciadora. Ahora, de nuevo, sólo resta esperar.
Esperar y comer caramelos, muchos caramelos...

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