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Título: Ven - Autor: Kavafis

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Mensaje  Admin Miér Abr 07, 2010 12:03 pm

Ella recogió suavemente el cabello por encima de la nuca, sonrió para sí misma en
el espejo y se desabrochó estirando lamano hacia suespalda, arqueándose como un gato,
mordiéndose el labio inferior. No necesitaba girar el rostro hacia la ventana apenas
descubierta, con el resquicio justo para la mirada del hombre, a través del tragaluz del
edificio y una cortina entreabierta, mal disimulada, en el departamento de enfrente; no
necesitaba mirar para sentir la mirada recorriendo como unos dedos su espalda descubierta
y ofrecida, sus hombros pecosos y jóvenes, quizás su nuca, algo inclinada ahora, mientras
se acariciaba como podría acariciarla un hombre, las manos subiendo delicadas pero
también con firmeza por su torso, sus pechos libres, una mano ascendente en su garganta y
la otra, la izquierda, deslizándose al Sur, hacia un costado y después hacia atrás, sobre sus
nalgas, con el dedo índice inquietando el borde de lasbrevesbragas; casi podía sentir el
aliento del hombre empañándola como una figura de cristal, tal vez un beso flotando que
atravesara el aire y recorriera con inquietud, con cierta prisa, el inicio de sus muslos, las
pantorrillas descubiertas, sus pies, un beso imaginario revoloteando entre sus pies y
buscando como una mariposa de deseo el sitio propicio para posarse y abandonarse,
fundirse en la piel, en su cuerpo; ella se llevó la mano al cabello y se lo sujetó con fuerza,
cerró los ojos y creyó que era casi la mano de él tomándole con esa misma fuerza, cogiendo
su cabello y su cintura, inclinándola, sometiéndola; estuvo tentada de mirar hacia la ventana
pero se contuvo. Eran siempre sábados, pero a veces también en alguna noche de media
semana en la que apenas se iluminaba con la luz tenue de una lámpara cubierta por un
suéter o una toalla, disfrutando entonces del escarceo de la penumbra y la posibilidad de
unos golpecitos en la puerta, o quizá el atrevimiento de girar el picaporte y descubrir que no
estaba trabado, que lo esperaba; sabía cada vez que la mirada ansiosa y turbia la buscaba, la
esperaba: la deseaba.
El juego había empezado accidentalmente, la primera vez ella lo descubrió mirando
desde la ventana opuesta mientras ella se ejercitaba; era el mismo joven que siempre le
brindaba el saludo casi inaudible, apresurado, al cruzarse con ella en la escalera o la entrada
del edificio, algo desgarbado y con ese aire de bohemio de otro tiempo, anacrónico y
nostálgico; no le importunó ni mucho menos, ella había saludado con la mano pero él fingió
mirar hacia otro sitio y despareció de suvista. La segunda vez ella descubrió la mirada de
soslayo, se ayudó del espejo cómplice, de cuerpo entero, que reflejaba parcialmente la otra
ventana, fingió desinterés y empezó a cambiarse de ropas. Giró para hallar la mirada
culpable, tal vez en ese momento todavía con la intención de reproche; no la halló, las
cortinas se movieron levemente y después nada. Ya no oía el saludo del muchacho en los
breves encuentros al azar, en el edificio, le divertía y retaba las formas evasivas que le
mostraba, huidizo y esquivo.
La noche que despertó con aquella inquietud no tardó un segundo en descorrer
apenas su cortina y hallar la luz baja del otro departamento en la ventana, los ojos brillando
en la oscuridad espía como un gato. Esa vez él no se escondió, ella empezó a desearlo, fue
la primera vez que se tocó para él, para sus ojos, para su regodeo y placer, para su cuerpo
ajeno y distante, apenas unos metros o unos segundos, alejado no más de lo que una
decisión permitía, una simple decisión, unos pasos y unos golpes suaves en la puerta de su
departamento. Pero el hombre no se movió, ni esa ni las noches posteriores, no completó el
círculo que empezaba a dibujarse entre ellos en ese espacio que los separaba y unía, ese
lánguido mirar, ese obsceno dejarse mirar. Ellaera quien ahora propiciaba los encuentros;
no se atrevía a hablar, a saludarlo, por el temor de quebrar una frágil forma del
acercamiento, por pervertirla, perderla; se limitaba a salir y entrar del edificio con mayor
frecuencia, adelantarse las veces quela desgarbada figura del otro estaba a su alcance,
demorar el paso las veces que sabía que se acercaba. Guardaba ciertas dudas sobre lo que
un segundo escenario les depararía, temía entonces que la razón de su interés estuviera
hecha de lo mismo que lo hacía inaccesible, empezó a extrañar la figura del joven las veces
que descorría las cortinas, al caer la tarde, y no hallabaa nadie observando.
Varias semanas pasaron antes de que ella notara que los sábados él estaría allí,
esperando el movimiento que indicaba esa especie de saludo, el reconocimiento en los ojos
de ella, siempre cada sábado, como si fuera su cita del fin de semana o la película en
estreno que lo había cautivado. A veces notaba junto al brillo de los ojos un tercer brillo,
que a veces se desparramaba por la ventana echando pequeñas chispas, antes de que él
encienda otro cigarrillo; ella estaba decidida a provocarlo y convencerlo de su entrega.
Pensaba que tal vez el otro temía aun más que ella la posibilidad de echar a perder todo, se
dijo que sería cosa de tiempo. El primer día que se compró algo especialmente para la
noche del sábado sintió que le ofrecería un regalo a su lejano amante, una muestra de un
amor o un deseo no tan invisibles ya; en la penumbra del cuarto la luz oblicua la dibujó
para él, vistiendo el conjunto de encaje blanco, disfrutó vistiendo el camisón de tul y las
medias altas, ese día se acarició con vehemencia, casi olvidando que era para él,
entregándose en silencio a la figura imaginada de un hombre en su lecho; cuandorasgó sus
medias y empezó luego a tocarse, a llevarse los dedos a la boca, ella sintió la mirada más
cerca, inclinada hacia ella, expectante; cuando llegó el placer como una andanada de
emociones ella buscó al hombre con los ojos. Le mandó un beso volado y corrió las
cortinas.
La inquietud y la zozobra por conocer el mensajeduraron los minutos que ella tardó
en atreverse a rasgar el sobre, había vuelto de hacer algunas compras y lo encontró allí,
enviado bajo su puerta, sin remitente y sin necesitarlo; anhelante y con prisa trató de mirar
a través del tragaluz, de hacer entender que ya había llegado, que lo leería; no había nadie
enfrente y las cortinas grises expresaban una especie de silencio. Se convenció de que él
estaba tan nervioso como ella, tal vez agazapado, encerrado, allá en su cuarto; esperaba una
invitación o la hora de un encuentro, tal vez una petición para la cita de esa noche en la
ventana.Leyó,en lugar de eso,un breve poema:
Mis manos navegan
hacia el puerto
de tu vientre
playa entregada
a las olas
de mi cuerpo
No llevaba nombre o firma, pero la letra con que fue escrita le decía más que
cualquier otro indicio, ella tomó entoncesun pedazo de papel y escribió una sola palabra.
Cuando, a su vez, deslizó bajo la puerta del joven la escueta misiva, esperó unos minutos
afuera, esperando lo imprevisible, quizá acabar con la distancia, con la ansiedad; cuando él
adivinó y abrió la puerta de improviso, tenía el sobre en la mano. Ninguno pronunció
alguna palabra, ella se movía apenas en su sitio, se diría que incómoda, pensando si tomas
mi mano ahora si tomas mi mano si te atreves me iré o grito o tal vez no, pero qué esperas
mientras él parecía buscar algo qué decir, articular una frase, ella cruzó los brazos como
defendiéndose y luego echó a correr antes de que él lea lo que le había escrito.
En su cuarto pensó hoy no abriré la cortina, hoy no lo harépero lo primero que
buscó en su bolso fue el disfraz que había escogido sin pudor en la tienda del centro,
imaginando los alcances de su juego, los placeres futuros y buscados; el disfraz era de
colegiala e incluía entre otras cosas un lazo rosa para el cuello; buscó también el otro
juguete, nuevo para ella y nuevo en sus encuentros a distancia con el muchacho, miró el
tamaño y la forma y lo sintió con los dedos, lo pasó sobre sus mejillas y muslos, no pudo
evitar nuevamente el deseo. Hubiera deseado conocer el nombre del otro, y poder
pronunciarlo cuando utilice sus manos para introducir dentro de sí el falo que acariciaba
como si fuera en realidad un regalo de él, como si fuera un envío de una extensión de su
cuerpo, el deseo cristalizado.
Fue innecesario el temor de no hallarlo aquella noche, espiando, poseyéndola con la
mirada, adueñándose de ella a través de la distancia; él estaba ahí, ensu oscuridad a medias
de cada vez, ella se sentía másprocazque nunca. Imaginó su sonrisa cuando apareció con
las trenzas y la falda diminuta a cuadros, imaginó su cuerpo despertando cuando se agachó
para él, cuando separó sus piernas y deslizó traviesa sus dedos hacia abajo. En algún
momento ella le hizo un gesto coqueto, un espérame, tengo una sorpresa, apareció con su
nuevo juguete en la mano y lo metió en su boca. A partir de ese momento cerró los ojos,
quiso creer que era él y no otra cosa lo que la recorrería de lado a lado, palmo a palmo,
conociéndolay haciéndose parte de ella, entrando en ella, dejándole sentir la cumbre de su
deseo, torpemente deslizó hacia un lado las bragas y abrió los ojos un segundo antes de
introducírselo, para ver la sombra de él en ese instante. No halló a nadie. En ese momento,
oyóal muchacho golpear a su puerta.
Su corazón latió más fuerte de lo que recordaba nunca. Ella había escrito: “Ven”, y
ahora él estaba allí, a punto de entrar, a punto de convertirse en algo más real y profundo;
corrió las cortinas y oyó nuevamente los pequeños golpes, ahora algo urgidos, tal vez
también paladeando de antemano el disfrute.
Ella, casi jadeante, ansiando, anhelando, llena de deseo, le abrió la puerta.

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